13 abr 2025

Fallece Mario Vargas Llosa en Lima a los 89 años, rodeado de su familia

Mario Vargas Llosa, uno de los escritores más influyentes de la literatura contemporánea y el único peruano galardonado con el Premio Nobel de Literatura, falleció hoy en Lima a los 89 años, según confirmó su familia a través de un comunicado difundido por su hijo Álvaro Vargas Llosa. El autor de La ciudad y los perros y Conversación en La Catedral partió en paz, rodeado de sus seres queridos.

El comunicado, firmado por sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa, expresa: “Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz. Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que tuvo una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”.

La familia ha informado que no se realizará ninguna ceremonia pública, en estricto cumplimiento de los deseos del escritor. Sus restos serán cremados en una ceremonia privada, en compañía de sus familiares más cercanos. “Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, concluye el comunicado.

Mario Vargas Llosa deja un legado literario inigualable. Su carrera abarcó más de seis décadas y se destacó por una narrativa rigurosa, comprometida con los valores de la libertad, la democracia y la crítica al autoritarismo. Fue autor de más de treinta libros entre novelas, ensayos, obras de teatro y memorias, y sus obras fueron traducidas a múltiples idiomas.

Premio Nobel de Literatura en 2010, Vargas Llosa fue también galardonado con el Premio Cervantes (1994), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), y la Legión de Honor de Francia. Además, fue distinguido con el título de Marqués por el rey Juan Carlos I de España en 2011.

Además de su obra literaria, tuvo una destacada participación en la vida política. Fue candidato presidencial en las elecciones peruanas de 1990, en las que resultó derrotado por Alberto Fujimori. Desde entonces, continuó interviniendo en el debate público como defensor del liberalismo político, con posiciones firmes que suscitaron tanto respaldo como polémica.

Hoy, el Perú y el mundo despiden a una figura intelectual de talla universal. Mario Vargas Llosa no solo marcó un antes y un después en la narrativa hispanoamericana, sino que también defendió con vehemencia sus convicciones en todos los espacios que ocupó. Su voz crítica, su estilo riguroso y su fe inquebrantable en la literatura como espacio de libertad seguirán vivos en cada una de sus páginas.

Mario Vargas Llosa: el fin de una era, el inicio de una relectura

Por Ademir Espíritu

La muerte de Mario Vargas Llosa no solo marca el cierre de una de las trayectorias más importantes de la literatura contemporánea, sino también la oportunidad —y responsabilidad— de volver a mirar su legado con la complejidad que merece. El escritor peruano no fue un autor complaciente, ni en su narrativa ni en su pensamiento político. Fue, ante todo, un provocador intelectual, un disidente perpetuo de las verdades cómodas, y un convencido defensor de la palabra como trinchera moral frente al autoritarismo.

Como novelista, su obra ha sido —y seguirá siendo— objeto de estudio, admiración y crítica. La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo son mucho más que hitos literarios: son radiografías del poder, el fanatismo, la descomposición institucional y la fragilidad de los ideales. Leer a Vargas Llosa es entrar a un laboratorio de la condición humana, donde los personajes, complejos y contradictorios, reflejan nuestras propias luces y sombras. Pocos autores han retratado con tanta lucidez los dilemas éticos y políticos de América Latina.

Sin embargo, la figura de Vargas Llosa no puede escindirse de su activismo político. Para algunos, su tránsito del pensamiento progresista a posiciones liberales fue una traición; para otros, una evolución coherente con su rechazo visceral a toda forma de dogmatismo. Fue un crítico ácido del populismo, del nacionalismo tribal y de los regímenes autoritarios de izquierda y derecha. Sus opiniones generaron adhesiones apasionadas y rechazos viscerales, pero jamás indiferencia. Eso también es un signo de grandeza intelectual.

En tiempos donde la corrección política intenta uniformar el pensamiento, su voz fue incómoda, pero necesaria. A menudo malinterpretado, Vargas Llosa fue uno de los pocos escritores que entendió que el rol del intelectual no es complacer a las mayorías, sino confrontarlas con sus contradicciones. Su defensa de la libertad individual y del liberalismo democrático puede haber sido impopular en ciertos círculos, pero fue siempre una apuesta por la civilización frente a la barbarie, por la razón frente a la consigna.

No obstante, sería ingenuo idealizar su figura. Vargas Llosa también fue prisionero de sus propias certezas. En más de una ocasión, su defensa del orden liberal se tornó ciega frente a sus propias limitaciones y contradicciones. A pesar de ello, incluso en sus errores, mantuvo una postura intelectual honesta, sin esconderse detrás del relativismo ni del oportunismo.

Hoy que ya no está, el debate sobre su legado continuará —como debe ser con todo pensador que ha dejado huella. Lo importante será no reducirlo a etiquetas ni a estereotipos, sino asumirlo en su totalidad: como un escritor brillante, un polemista temerario, un amante de la libertad y un hombre que creyó, hasta el final, en el poder transformador de las ideas.

Su muerte nos obliga a releerlo, a cuestionarlo, a dialogar con su obra. Porque si algo nos enseñó Vargas Llosa, es que la literatura no se limita a entretener: debe incomodar, iluminar y empujarnos a pensar. Ese será, quizás, su legado más profundo.