Por: Lic. Elmer Antonio Torrejón Pizarro
Consultor Social - Investigador Cultural
El Perú es un país pluricultural y multiétnico que trasciende el actual momento en que vivimos. Nuestro territorio actual desde épocas preincas fue pluricultural y llegó a ser concentrado en un territorio llamado Tahuantinsuyo. Con la llegada de la cultura occidental (española), el panorama étnico de nuestro país logro complejizarse aun más desde el punto de vista cultural, apareciendo los mestizajes culturales.
Creo que actualmente las políticas culturales de inclusión están disociadas de las actividades de explotación[1] de recursos y “visibilización” de las poblaciones originarias; porque éstos últimos responden a una necesidad de un Estado occidental que históricamente ha “excluido” a las poblaciones nativas y campesinas; es decir, el concepto de integración de este nuestro Estado siempre ha respondido primero a explotar para luego ver “como integramos”; y lamentablemente en nuestro país no ha ocurrido lo contrario: primero integrar luego “explotar”.
Por lo tanto la relación entre “explotación e inclusión” en nuestro país, históricamente nunca se ha dado, se hacen y han hecho los esfuerzos para asociarlos, pero lamentablemente no se ha consolidado en nuestro espectro cultural y étnico, menos en el aspecto político o económico. Clara muestra de esto son los conflictos sociales que han ocurrido y ocurren en nuestro país por temas de conservación de bosques, tierras, el agua; etc. Las poblaciones nativas y campesinas miran a la “explotación” de sus recursos como un fenómeno que depreda su mundo donde conviven. El Estado lamentablemente nunca ha empoderado lo contrario; la “explotación” como creador de riqueza para mejorar la calidad de vida.
Este es una de las disociaciones que existen. La integración actual que vemos está respondiendo a conceptos culturales, mas no así a conceptos económicos o políticos; y éstos últimos son justamente aquellos que “gobiernan” en las actividades de explotación de los recursos. El “diálogo intercultural” recién en los últimos años “se está queriendo institucionalizar”, anteriormente la explotación de los recursos no respetaba ningún tipo de derechos de los indígenas; claro ejemplo son las matanzas de indígenas amazónicos que se hacían en la Época del Caucho.
La población indígena, lamentablemente ha visto que la explotación de sus recursos en sus territorios no ha solucionado sus problemas de primera necesidad, ello ha permitido la constante aparición de conflictos sociales, que son aprovechados políticamente por “pseudolíderes” de los excluidos. La disociación entre “explotación e inclusión” es una careta de los actuales conflictos sociales que vivimos.
El Perú, “un mendigo sentado en un banco de oro”, como paradigma, se construye justamente en torno en base a la visión mercantilista de explotación de los recursos primarios. En tiempos de nuestra autonomía, este término no habría tenido razón de ser, porque las poblaciones de nuestro territorio (Pre Incas e Incas) supieron aprovechar equilibradamente sus recursos para convertirse en una sociedad influyente en las Américas junto a las culturas centroamericanas. El “mendigo sentado en un banco de oro”, en nuestro país se activa con la conquista por parte de la sociedad occidental. Los españoles encontraron un imperio de aproximadamente 10 millones de habitantes, en pocos años esta población llegó a un millón de habitantes y una de las causas de esta situación fue el trabajo forzoso para justamente explotar los recursos de este “país mendigo”. Actualmente seguimos explotando nuestros recursos pero hay pobreza y el desarrollo es muy limitado.
La pobreza generacional de las comunidades campesinas y nativas, incita a repensar el país desde este paradigma; pero tampoco la explotación de los recursos ha permitido que nuestras comunidades dejen de ser los “mendigos”. Donde estamos fallando entonces. Volvemos al punto inicial, la disociación entre la “explotación e inclusión”. El banco de oro donde se asienta el Perú como mendigo, solo es visto por la sociedad occidental, específicamente por el mercado. Para el poblador nativo rural, desde la visión antropológica y étnica, el “banco de oro” lo representan sus ríos, sus cerros, sus lagunas, sus animales, sus bosques, su sabiduría, etc; la “mendicidad” en la que viven no se explica por la falta de recursos, sino por un tema histórico que deviene desde la llegada de la sociedad occidental: la explotación y exclusión de la población indígena.
Las poblaciones pobres que viven asentadas en potenciales mineros por ejemplo, las que están “sentadas en un banco de oro”, después de tanto tiempo de explotación minera, siguen siendo pobres y con problemas críticos para satisfacer sus necesidades primarias. El paradigma mental es entonces, también un paradigma real. La realidad te muestra que la explotación de los recursos de nuestro país ha llegado a ahondar el tema de la distribución de las riquezas. Mientras que algunos aprovechan ostensiblemente el “banco de oro” de nuestro país; los otros excluidos siguen “sentados” como mendigos en su territorio. Este es el paradigma real del término en cuestión.
Los paradigmas mentales, desde la educación tienen que construirse desde las realidades de nuestros pueblos y comunidades. Las teorías y enfoques tienen que crearse y construirse desde lo local. Ese es el trabajo arduo de un “nuevo Estado” para hacer del país más equilibrado en cuanto a crecimiento y sobretodo desarrollo; dentro de un marco de inclusión, diálogo democrático y uso calculado de los recursos.
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