Por Gustavo Gorriti.-
La caída del helicóptero 357, la nave UH1H2, donde murió la mayor PNP Nancy Flores en la tarde del jueves 12, desató otros enfrentamientos en el mismo cerro y sus cercanías entre el jueves y el sábado 14, con un saldo trágico en todos ellos: la muerte de tres suboficiales de la Dinoes pocas horas después; y la emboscada a una patrulla del EP el sábado, que mató a dos suboficiales del Ejército y dejó a diez heridos, el sábado 14.
De los tres enfrentamientos, el más difícil de comprender es el que llevó a la muerte de los tres policías de la Dinoes. ¿Por qué se los abandonó en el cerro, si hacerlo equivalía a condenarlos a morir? ¿Por qué no se trató de socorrerlos en forma inmediata?
IDL-R ha seguido la secuencia de hechos que llevaron a ese luctuoso desenlace.
El día que fue abatido el 357, la patrulla Dinoes en donde estaban los tres suboficiales, se encontraba al norte, en Mazamari. Habían llegado poco antes a la antigua base Sinchi desde Lima, para hacer ‘un reentrenamiento’. Eran 30 policías (la mayoría suboficiales de segunda y tercera) al mando de tres capitanes, que, se suponía, iban a hacer un curso combinado con la Marina y la FAP.
Pasado el mediodía, la patrulla de Dinoes recibió la orden de trasladarse de Mazamari a Pichari. Al llegar, les dijeron brevemente que no iban a participar en un curso sino en un operativo. Se trataba de hacer un anillo de seguridad en torno al helicóptero derribado.
Pese a que los senderistas habían atacado (y derribado) un helicóptero que tenía a otro de sombrilla y que se podía suponer que habría por lo menos un francotirador senderista en el lugar, la patrulla fue transportada por un solo helicóptero, sin otro que pudiera hacer de escolta o de sombrilla. ¿No había otros helicópteros disponibles? ¿Confiaron los pilotos militares en el blindaje de la parte inferior del MI-17 y supusieron que si se mantenían en sobrevuelo sería muy difícil que los francotiradores senderistas acertaran en un punto vulnerable?
Sea como fuere, el MI-17 del Ejército, con pilotos de la Aviación del Ejército, salió de Pichari cerca de las 3:30 de la tarde. Veinte minutos después, a las 3:50 p.m., mientras el helicóptero sobrevolaba el cerro donde había caído el 357, los 27 policías se prepararon a deslizarse sobre la cuerda de descenso rápido fast rope.
Los primeros en bajar fueron los suboficiales de tercera César Vilca Vega y Luis Astuquillca Vásquez, los siguió el suboficial Landert Tamani Guerra y se preparó para deslizarse el suboficial José Miguel Millones Velásquez.
Hubo disparos entonces y por lo menos una bala impactó la cabina de pasajeros y las esquirlas hirieron a Millones en el rostro. La herida era aparatosa, por la hemorragia facial, aunque resultó siendo leve y de poca importancia.
Pero entonces sucedió lo inaudito: el piloto del helicóptero abortó el desembarco por soga rápida y viró (o más bien huyó) hacia Kiteni ante la consternación de los otros policías, que le insistieron a su oficial, el capitán PNP Jesús Soto Quintanilla, que volvieran a donde habían dejado abandonados a sus camaradas de armas. Soto no reaccionó, según testimonios de varios policías que estuvieron presentes en el helicóptero.
Los policías insistieron en volver y pidieron que en todo caso los dejaran a medio kilómetro, o hasta un kilómetro de la cima del cerro, donde estaban sus camaradas en peligro mortal. Soto, denuncian los policías, no los apoyó ni argumentó con los pilotos.
¿Tuvieron miedo los pilotos de ser derribados y concluyeron que menos malo era el sacrificio de tres que el de treinta y, además, con el helicóptero de yapa? Pero el hecho es que sabían que ahí había por lo menos un francotirador senderista que, todo indicaba, no había sido eliminado por el fuego impreciso que se lanzó contra él durante el derribo del 357. ¿O fue una orden del comando operativo en Kiteni, asustado ante la posibilidad de perder otro helicóptero?
Lo que sustenta esta posibilidad es que, pese a estar Kiteni a cinco minutos de vuelo de la zona de tiroteo, no salió ningún otro vuelo ni ningún refuerzo durante el resto del día, en el que la patrulla permaneció en Pichari.
Los suboficiales, según varios testimonios, fluctuaban entre sentimientos de consternación, impotencia e indignación. Uno de ellos, según testigos, le pidió con vehemencia al jefe de la Diroes, el coronel Edison Salas Zúñiga que fueran a rescatar a sus compañeros. La respuesta de Salas fue, de acuerdo con las fuentes: “Calla, chiquillo de mierda”.
Al ser consultado por IDL-R sobre por qué se abandonó a los suboficiales, el coronel Salas indicó que “yo desconozco. No he estado a cargo de los operativos. Los que han operado allá son los jefes que han estado allá”.
IDL-R intentó comunicarse en repetidas veces con el capitán Soto Quintanilla y el jefe de la Dinoes, coronel PNP Amador Bacalla, pero hasta el cierre de esta edición no hubo respuesta. A este último, cada vez que se le mencionaba a IDL-Reporteros parecía tener una crisis de sordera.
Lo que resulta ya increíble es que el día siguiente, viernes, no se llevó a cabo ninguna operación para rescatar a los Policías. Ese día, un piloto reportó haber visto el cadáver de uno de ellos tirado en el monte. Ni aún así se hizo el esfuerzo.
Recién el sábado a media mañana, ya liberados los rehenes, se movilizó varias patrullas para acercarse al helicóptero abatido, el 357, permitir el repliegue de la patrulla sinchi al mando del coronel del Castillo, ‘Milkito’, que había permanecido parapetado en el lugar desde la caída del helicóptero. Y, de paso, buscar a los policías.
Así, un capitán al mando de una patrulla de comandos del Ejército, recibió la información de un lugareño, de que habían encontrado el cadáver de un suboficial, el de Landert Tamani.
Acompañado por los residentes del lugar (lo que pudo haberlo salvado de emboscadas), el capitán recuperó el cadáver de Tamani y avanzó hasta el punto de encuentro con las otras patrullas. Tamani, según informaron a los policías, tenía la mano quemada (probablemente por el descenso en cuerda) y tres heridas de bala que parecían haber sido hechas a distancia.
La suerte de los suboficiales Vilca Vega y Astuquillca Vásquez no parece haber sido mejor. Informaciones captadas de diversa manera indicaban que los senderistas estaban contentos por haberse apropiado de tres fusiles AKM y una pistola. Finalmente, el líder senderista ‘Gabriel’, en su corto encuentro con los periodistas de La República, Panamericana y El Comercio, confirmó que habían dado muerte a los policías cuando estos se negaron a rendirse.
Si así fuera, y cabe poca duda que tal fue el caso ¡Qué diferente mensaje de honor y valor dejan estos policías desde el otro lado de la muerte, que el que dan sus superiores! Negarse a rendir, sabiendo que eso significa la muerte, luego de ver el cobarde abandono que los condenó a ese último, trágico dilema.
¿Qué se pudo haber hecho? IDL-R consultó el caso con varios pilotos con probada experiencia de combate y habilidad operativa. Ninguno hubiera abandonado a sus hombres.
“El helicóptero pudo regresar rápido, si se trataba de evacuar al herido” dice uno de los pilotos con más experiencia, “pero si la vida del herido no peligraba, pudo haberse elevado, sobrevolar el área, comunicarse con Kiteni y pedir cobertura mientras sigue reconociendo desde arriba y pedir apoyo [sic]”.
Otro piloto fue más directo: “Elevarse, cortar ataque, pedir apoyo, ablandar, entrar de nuevo”.
No hay ejército o fuerza armada o policía o agencia de investigaciones que se respete en el mundo, que no esté dispuesto a llegar a la frontera de lo imposible por salvar a sus compañeros heridos, presos, perseguidos. Muchas veces el costo de salvar es, en apariencia, mucho mayor que el beneficio de hacerlo. Varias muertes (en acción) para salvar una vida, por ejemplo.
Pero el resultado es un efecto poderoso: todo soldado, todo policía sabe que nunca será abandonado y que todos sus compañeros pondrán su propia vida en juego por salvarlo. Ese conocimiento respalda y muchas veces hace posible las hazañas, la entrega, las victorias.
¿Qué puede pensar, en cambio, el soldado o el policía de jefes indiferentes o cobardes que con toda indiferencia lo abandonan? ¿Lo mismo que piensa de los jefes choros, peor aún?
La muerte de los suboficiales Vilca, Tamani y Astuquillca es un baldón para todos sus jefes y para el comando operativo que estuvo en funciones en Kiteni. Espero que, por su propio honor, los ministros del Interior y de Defensa investiguen y sancionen el cobarde abandono que sentenció a morir a estos tres dignos y valerosos policías.
Fuente: Idl-Reporteros